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Cultura
Columna
Patrocinar o proteger la cultura?

“Me parece haberlo visto antes, pero no era exactamente igual…” Hay un aroma extrañamente familiar en esta frase. Un perfume que nos remite a algo indiscutiblemente conocido pero de origen inexplorado. Hay un registro de ello en nuestra biografía, en la historia íntima de nuestros sentidos.
Me pregunto qué hay de especial en algunos objetos, cómo pueden despertarnos sensaciones, hacernos emocionar y viajar a través del tiempo. Indudablemente podemos reconocer en algunas formas, algo propiamente olvidado.
Participamos de una estética que nos trasciende y que nos identifica con los otros. Hay una fuerza viva que da forma al presente y que se expresa a través de las manos de los artistas y artesanos de nuestra región. Podemos reconocernos en su gesto, comprender aquella forma fruto de su fantasía y sentir que pertenecemos al mismo tiempo y espacio. Lo comprendemos, entendemos porqué lo hizo, compartimos la misma historia.
¿Podemos imaginarnos el destello del fuego y sentir el aroma a leña cuando reconocemos esas antiguas sillas materas utilizadas para la experiencia compartida de tomar mate cerca del fogón? ¿Los mesones de campo, los roperos tallados a mano, las paneras de pinotea donde se guardaba la harina, la escardadora de lana, el secarropa manual, las mantas tejidas a mano pacientemente con materiales orgánicos, nos hacen recordar a algún tiempo pasado que nos involucra? Estas formas olvidadas, son parte del lenguaje universal que nos hace ser parte de la misma tradición.
Aunque quizás no hayamos crecido con estos objetos alrededor, sentimos que son formas familiares, que son parte de nuestra misma historia. Reconocerlas es como acordarse de uno mismo. Si les quitamos la envoltura a estos objetos, podemos descubrir que todos ellos plantean una vuelta al origen, un acto de recreación de un sentido originario, una vuelta a la simplicidad. Un encuentro con antiguas generaciones.
Memoria y ensoñación. Eso es lo que nos provocan estos objetos. Indudablemente son parte del patrimonio material cultural de nuestra región. Ellos son la testificación histórica que va construyendo nuestra identidad.
Podemos poner en valor el trabajo manual de muchos artesanos de otros países y regiones. Pueden agradarnos sus creaciones. Podemos sentirnos atraídos por los diferentes materiales que utilizan, por sus diseños, texturas y colores. Pero será imposible conectar con esas formas primitivas que identifican a cada cultura material con un tiempo y espacio determinado. La experiencia será la de estar viajando por un país desconocido. El gesto familiar, el léxico común, los aromas conocidos, se diluyen y la sensación es la de estar de paso en un lugar ajeno al cual no sentimos pertenecer.
Estos tipos de objetos, que puede ser industriales o artesanales, abundan hoy en nuestra cotidianeidad y responden a las modas y tendencias que nos imponen de afuera. De hecho, llegan a nosotros en grandes contenedores con precios muy accesibles. No conocemos su origen real, salvo su marca registrada de “Hecho en China, Tailandia, India” o en algún otro país que tenga mano de obra barata. Cuando nuestro alrededor se puebla de este tipo de productos, es cuando realmente dejamos de reconocernos con el otro. La experiencia es la de ser un desconocido en nuestro propio entorno.
No se trata de vender experiencias ni de patrocinar culturas por meras estrategias de marketing, sino de proteger nuestra cultura, con hechos, todos los días. Reivindicar el trabajo de nuestros artistas y artesanos es un compromiso que involucra dedicación, pasión y amor por lo que uno hace.
No creo que todas estas características puedan juntarse dentro un contenedor.

Belén Domínguez
Integrante del equipo de diseño de Fermín Arte de Autor

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